viernes, 19 de diciembre de 2008

Cartas a una mujer casada III

Señora:
tengo sueño. El calor golpea fuerte, y no consigo dormir. Estoy cansado, pero ni ésto hace que cierre los ojos. Son las dos de la mañana de un día sábado, en la semana previa a la navidad. He estado pensando, o soñando en algunas cosas que, si no hubieran pasado lo que el destino ha escrito para ambos, por separado, me hubiera encantado poder hacer con usted. Hay una larga lista, pero voy a tratar de comentar lo que realmente hace sentir más. Cosas sencillas, pero que a mi me llevan a soñar con más fuerza y entusiasmo. Me hubiera gustado caminar con usted, de la mano, descalzos, en una playa desierta. Para poder oir el murmullo de las olas, para experimentar el crujir de la arena al apoyar los pies en ella; En la misma playa, contemplar juntos el alba y el ocaso, tomar una taza de café entre los dos, y contemplarnos en silencio por horas. Me hubiese gustado ver con usted a mi lado una vieja película, de aquellas que arrancan lágrimas con facilidad ( sé que usted tiene el llanto fácil), como Casablanca, o Nuestros años felices. O que tal un largo viaje en automóvil a través de montañas y cerros, y caminos de roja tierra? O tener nuestro propio combate con bolas de nieve... Vaya que suena lindo, verdad? Hay algunas cosas más, como adentrarnos en un bosque de intensos claroscuros, y sentir el diálogo del viento con los árboles, y escuchar las diferentes voces de las aves que habitan allí. También quisiera echarme de espaldas en la hierba fresca, junto a usted, y observar el enjambre de estrellas que cruzan la vía láctea en una noche clara, en el estío. Me hubiese gustado tanto observar los relámpagos y ver caer la lluvia en una tormentosa noche, a su lado! Y despertar juntos en una madrugada y no poder volver a dormir por culpa de un concierto en do mayor de grillos... A veces quisiera que esté usted conmigo en la mañanas, antes de partír rumbo al trabajo, y tomarnos juntos unos matecitos. Quisiera poder abrazarla durante una película de terror, para poder sentirla en el temor, aunque después usted se ría de mi, pues me asusto con facilidad. Hay tantas cosas, como sentir su brazo rodeando mi talle al dormir, o pasarle jabón por la espalda, o darle un beso en la boca, de paso y sin darme cuenta, y que luego me lo reclame. y tantas cosas más, que no me queda otra, sino volver a encontrarla, en ésta misma página, en otra carta que no se como, pero llegará a usted. Suyo, a través del tiempo y la distancia.

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