martes, 18 de mayo de 2010

Una tarde, en algún lugar.

El joven, de unos veiticinco años, delgado y fibroso, pero con problemas físicos apreciables a simple vista, bajó por el camino terraplenado y terroso, con una bella vista a una laguna. El lugar parecía una pequeña aldea, pero eran varias casas que pertenecian a varios integrantes de de una misma familia. Había hecho amistad con dos de las hermanas que provenían de aquel apacible lugar, y éstas la habían invitado a conocer su casa. Eran muchos hermanos, y casi todos vivían allí. Gente agradable y amistosa, recibieron con cariño al nuevo amigo. El padre de todos, hombre robusto y amable, enseguida congenió con el recién llegado. Este charló con todos, y sin distinciones. Era algo característico en él. Se consideraba una persona normal, aunque ésto le costaba. Hablaba de manera pausada y diferente, como era él mismo: Diferente. Hizo buenos amigos. El tiempo pasó inadvertidamente, de manera rápida y amena. Cuando ya se despedía de todos, pues llegaba la noche,alcanzó a ver con el rabillo de los ojos a una niña pequeña y delgada que corría, como tratándo de ocultarse del forastero. Le causó gracia, pues estaba acostumbrado a que los niños pequeños evitaban acercarse a él, pués era medio raro. La madre, dándose cuenta de situación, llamó a la niña, y la presentó. No pasaba de los diez años. Era pequeña, hermosa y amable, timida, y suave de voz y modales. Tenía bellos ojos verdes y cabellos ondulados, de piel trigueña tostada por el sol. A pesar de la diferencia de edad, se quedó prendado de ella, y no pudo ya pensar en otra mujer. Consiguió la amistad de ella, y la hizo su confidente y se volvió consejero, profesor en todas las ramas posibles, y admirador silencioso por mucho tiempo. Desde aquella tarde, y desde entonces, hace más de un cuarto de siglo, aquel hombrecito sueña y vive por aquella niña que conoció una tarde, en un grupo de casas que pertenece a los recuerdos más bellos que hombre alguno podrá tener jamás en la vida.

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